Supongo que ahora debería desnudar mi alma, soltar al menos un par de frases ingeniosas, algo memorable para el final...
Joder -pensó- ¿No es la muerte como enfrentarse a una jodida página en blanco? Llevo muriéndome a diario años. A lo mejor mi puto epitafio tiene que ser un cenicero lleno. Cenizas a las cenizas y toda esa mierda.
En la cabecera de luz mortecina: Las raíces apenas dejaban ver el bosque, devorado en la espesura del recuerdo, como un disco que ha envejecido mal y ha pasado directo de la lista de éxitos a la de clásicos veraniegos. Mejor haber triunfado y haber caído, o algo así. Nunca dejes que un buen tópico arregle una mala historia. No hay nada peor.
No hay nada peor -musitó mientras subrayaba de azul el párrafo y lo enviaba directo al limbo binario de su ordenador- Ni si quiera la tecla suprimir está entera. Dios, ¿cómo voy a encontrar inspiración así?
SUPR, supurante suspiro, sueño pródigo, suerte, pronto, súplica, redención.
Nada es como antes. Los errores significaban algo antes. Al menos debías arrancar la página y romperla en pedazos. Era un acto simbólico. Era una putada, pero debías hacerlo tú y cargar con las consecuencias de tu desliz. Siempre había algún mojigato empeñado en rectificarlo con tachones, pegotes, parches. Así funciona el mundo, siempre lo había dicho, todo lleno de pusilánimes gilipollas.
Intentó pensar algo profundo. ¿Qué había marcado sus días? ¿Quién querría conocer su última reflexión? Egoísta, se acordó de ella. No estaba sólo en realidad, lo sabía. Lo sabía tan bien como conocía la naturaleza de la compañía: una familia aburrida y maltrecha, cuatro gatos de relaciones emponzoñadas que disputaban responsabilidades y atenciones como si fueran la última chuleta; unas amistades dispersas e independizadas, y tres o cuatro personas especiales.
No está mal -se detuvo- quizás se conozcan todos en el funeral. Sería la ostia. Una buena acción post-mortem. Ascensor al cielo, ¿eh?
Led Zeppelin llevaba sonando en su cabeza desde que el día había despuntado. Cuando te miras al espejo de buena mañana y todo lo que ves son unos ojos hundidos vibrando al ritmo del solo de Stairway to Heaven no puedes hacer como si nada. Quizás suicidarse sea algo drástico pero, oye, ¿quién te dice que mañana no te despertarás tarareando a los Bee Gees?
Hacerlo había sido fácil. Un par de cortes en las muñecas. Sangriento y sucio. Lo estaba poniendo todo perdido, pero siempre le había parecido poético. También, aunque cruel, le divertía pensar quién limpiaría después el estropicio.
Lo malo fue la espera. No es algo rápido, desangrarse lleva su tiempo y siempre había sido un chico demasiado impaciente. Pensó en ella y quiso verla de nuevo. Ella, o ellas, no importaba en realidad. Cualquier persona que hubiese significado hogar, en algún momento. Fotografías apartadas.
Mientras todo se teñía de rojo repasó esa sensación que tanto le había inundado últimamente. Un abrazo lo habría cambiado todo. No, un abrazo no habría cambiado nada. Lo que quedaba eran recuerdos. Adaptarse o morir es la máxima del siglo XXI y él siempre había sido un animal de costumbres.
Apagó el cigarrillo, pegó un largo trago y se bajó los pantalones. En realidad, no le apetecía, pero había vivido siempre de manera responsable y, habiéndose hecho dueño de su destino, quería que a su último homenaje no le faltase nada. La despedida podría esperar. El corazón latió con fuerza y la sangre brotó de las muñecas en torrente. El mareo hacía todo más excitante y durante unos minutos estuvo bien. Luego su mente se perdió y el rítmico movimiento resultó casi una parodia, salpicando de carmesí en cada sacudida. En algún momento, su mano abandono la flacidez de la entrepierna y se posó en su frente, sujetando la cabeza, mientras una cascada rojiza resbalaba sobre sus mejillas, confluyendo con lágrimas silentes, sinceras.
Supo al fin qué debía decir. Tanto de lo que arrepentirse, tanto que agradecer... A duras penas encendió de nuevo la pantalla y, con los ojos cerrados, repasó sus últimas palabras. Como en un sueño, todo transcurrió como en un sueño...
De repente, despertó. Una mano tocaba su espalda. Se giró y vio a una chica joven y alta, de piel blanca como el marfil y unos ojos profundos como pozos, universos de estrellas apagadas. Su voz sonó como suena el fuego de una hoguera al crepitar cuando dijo:
Vaya, hacía mucho que no veía ninguno así -rió- Eres todo un romántico -dijo señalándole.
El chico se levantó para contemplar la escena y pudo ver su cuerpo vencido sobre la silla, con los pantalones bajados. Todo estaba teñido de cuajarones ennegrecidos, los papeles de la encimera, el teclado, las huellas en el vaso, su propio cuerpo. Consternado, miró el ordenador. La página en blanco seguía ahí, al otro lado de la pantalla manchada de sangre. No había escrito nada, había muerto antes de la despedida. Tan sólo, en el encabezamiento, una escueta acotación rezaba "Última conexión 04:23".
Joder -dijo con una mueca de socarrona incredulidad- Como en las películas. "Hora de la muerte, Jack". Pero nada es como las películas, ¿verdad?
Los ojos de la mujer eran lagos impenetrables.
Quería despedirme, tenía las palabras exactas -suspiró- Supongo que es mejor así, no se puede vivir como un gilipollas y tener una muerte épica, no habría sido nada honesto por mi parte.
Ella sonrió y le confesó:
Una vez escribiste algo que me encantó. Eras realmente bueno, ¿sabes? -Y le susurró al oído mientras caminaban juntos hacia la línea del horizonte.
Él notó su brazo rodeándole los hombros y, aunque su piel era fría, aterradora, el abrazo fue cálido y sintió, de alguna manera, que había vuelto a casa.