miércoles, 10 de diciembre de 2014

Es un instinto caníbal. Tu silencio y mi mente royendo los huesos de la despedida. Vida, otra vez andando los días, esperando el siguiente como la promesa que embarra el arcén y desnuda el desdén de las vías ahora prohibidas.

¿Que será de mí cuando acabe el invierno? ¿Qué de las huellas que llegarán al mar y saciarán la voracidad de los peces con mi recuerdo? Exiliado en la frontera de otros cuerpos, llenando de amaneceres el cupo de mi destierro, quizás. Si de ningún lugar vengo, allá dónde vaya siempre seré extranjero.

Podría ahogar en tinta veinte poemas de amor y arrugar sus versos en siluetas simétricas de todo lo que lastra mi pecho. Completan el contorno de un interrogante resbalando por un precipicio que toca fondo en la desidia de un cadáver de algodón. 

A veces deseo un genocidio para convencerme de que así son las cosas. La rueda gira engrasada con sangre y el toque de queda me ha pillado hozando en el bosque. 

Debe ser mi estupidez, aullando a una luna que no oye. Toda mi juventud, enamorado de una roca fría e inerte. Debe ser la madurez, este paisaje yermo.

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