miércoles, 25 de junio de 2014

No es que no quiera follar. Es que afuera llueve y huele a húmedo, es que no he lavado mis calzoncillos y he agotado el tabaco.
No es que no quiera follar, quizás... podría intentarlo. Quizás rozarte me sirva, quizás otro trago, no pensar que ya he bebido demasiado.
No es que no quiera follar, de verdad, es que el deseo no vive de instinto. Y distinto no es peor, ni más pequeño, ni más amargo. Pero, definitivamente, no es lo mismo.
No es que no quiera, te lo repito, es que ya ha sucedido. Y no recuerdo haberte visto, por más que lo pienso, en el eco de los gemidos. No erizabas mi piel, no había destellos, ni cómplices, ni cumplidos.
¿Se ha acabado ya? ¿Eres tú el de ayer? Mensaje recibido.
No, no, no. No es que no quiera follar, es que esta noche lo necesito. Y sigue cayendo fuera, y sigue oliendo a ruido. Y ojalá esto acabe y sólo seamos dos cuerpos desnudos.
No, no quiero follar. Sólo por hoy, me basta con sentirme querido.

domingo, 1 de junio de 2014

Enrique Bayano

Hoy cedo mis letras al "Poeta de la Gran Vía", el álter ego de Enrique Bayano.

Él es un personaje que ha envejecido como la bohemia que profesa, orgulloso de sí mismo. Un mendigo que bebe con la frente alta y la nariz roja, susurrando versos a los oídos saturados de la capital. Cuenta, con el endeble recuerdo que marcó la época, que por su venas ha transitado el veneno de 5.000 jeringuillas, que rechazó la limosna de Esperanza Aguirre y que ha vivido lo mejor, lo peor, lo cambiante. Él es también un anciano ataviado siempre para saltar a escena, que se sabe superviviente de las cucharas quemadas, los inviernos bajo el Cine Capitol, tres matrimonios, cinco hijos y una vida de proezas. Ha estado en Milán, Madrid, Francia, Estados Unidos... siempre con su carpeta de poemas bajo el brazo. 

Y se lamenta, en un alarde de consciencia, de que le han robado más de una vez su bolsa de plástico llena de cartones, poesías y unos diplomas que, según él, certifican su polifacética misión artística. Porque, según él, la niña de bronce de la plaza de San Ildefonso en Tribunal y el barrendero de Jacinto Benavente son tan suyas como la cara del vecino que asoma en la Estanquera de Vallecas por un balcón para gritar improperios a la policía. Félix Hernando, Rafael González y "El Pirri" ya no van a poder discutírselo...

Después de todo, su personaje conlleva esa labor de medias verdades y descaro castizo, alardeando de la fantasía, la ruina y el talento. ¿Cuánto queda de Enrique? Queda un hombre asustado de las nuevas tecnologías, un testigo vivo de una época que ha marcado Madrid hasta el punto de sentirse responsable de ella, convirtiéndose por sí mismo en un hito de la ciudad. Queda, cuando grita al corro de guitarristas que beben cerveza a su lado por no hacerle caso, por faltarle el respeto a un loco. Queda en la desesperación de un momento que se apaga, que ya no tiene cabida en una urbe transformada, pero que necesita ser escuchado, más que nadie por aquellos jóvenes que aún hoy mantienen viva la noche madrileña. Enrique dice: "no olvidéis, la complacencia con la que os habéis acostumbrado a lo que tenéis hará que nunca conozcáis lo que yo tuve".

El "poeta de la Gran Vía" dice: