martes, 25 de febrero de 2014

Esa cenefa que abriga los cielos en los tiempos de cosecha huele a metal sudado.

Devuélveme el color de la sonrisa compartida antes de partir. Lo indivisible queda para dar cuenta a los cuervos, urdiendo de números el nido, ahuecando de plumas el nicho.
Nadie puede creerlo si no se escribe en tripa de cordero. Si lo firma el carnicero, el Estado de Derecho. Negándose mutuamente la reverencia con el convencimiento de haber hecho la cama a tiempo. La puta desdentada alecciona a su sombra mientras se hunde la carne en las costillas, como teclas de piano soportando una sordina de manto de virgen. De himen. Salpica tu gracia desde las alturas.
No ha dejado de llover. No ha caído el diluvio.
Todos hemos sido, algún día, desconocidos.
Por fin preparados.
Henchidos.
Orgullosos.
Vivos.
Vacíos.


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