domingo, 6 de abril de 2014





Quería quererte, y lo hice. Te quise tanto que forjé por ti un mundo nuevo. Inspirado, agradecido, quizá egoísta, para ti. Hice naufragar las lunas en tu orilla para quedarnos a oscuras. Busque la luz trémula de un espejo para ponerla entre tus labios. Y no quedó más remedio que tu risa para alumbrar nuestros pasos. Construí de niebla y música, de celo y de noviembre, de Galicia y ron nuestra casa. Y tu lo llamabas casa, y yo lo llamaba hogar. Y yo dibujé cada día en fantasías sobre la pared, decorando el delirio de un auspicio, de un hospicio de mal agüero. Yo puse a hervir el puchero, tu saliste a por algo y de repente, silencio. Y esa espera....

Salí en tu busca al suelo de otro mundo. Más hostil y acelerado, más brutal. Y de repente, yo no podía nada. A la Luna cedían las mareas de un mar embravecido, la luz corría a cuenta, en los espejos estaba yo. En Galicia llovía, en Noviembre morían, el ron llevaba al celo y a la niebla. La música no vivía, escondida, sino en las grietas. Y tú no estabas porque supongo que, como a mí, se te olvidó encontrarte. Y tu cara dejó de ser tu cara y tuviste muchos nombres porque, seguro, volvimos a vernos. Seguro, me susurraste en el oído y yo encendí tu sonrisa. Seguro, volvimos a vernos desnudos. Pero yo me enamoré del mundo y poco a poco me perdí porque supongo que, como a ti, se me olvido encontrarme. 

Y a veces tengo la certeza de tenerte al lado, casi de poder tocarte con los dedos y, cerrando los ojos, me acuerdo de cómo vestías cuando te fuiste aquella noche. Pero luego miro alrededor y me doy cuenta. No podré llevarte de vuelta, porque tu nunca lo llamaste hogar y yo ... ya no sé cuál es mi casa.